Engarrótateme ahí
Dicho popular
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¡ALTO! No mires la rata muerta bajo tu suela, pues de lo contrario, tendrías que ver fluir la sangre en tus arterias y advertir la bala a diez centímetros de estrellarse con tu cráneo. Ve hacia atrás. No mucho, tan sólo lo suficiente para que sepas de donde provino aquel clic metálico que escuchaste cinco segundos antes.
Despiertas. Son las 8:00 de la mañana. Hay tiempo suficiente para el desayuno. Pan y leche. ¡Buen provecho! Concluyes. Ahora preparas tu mochila y las listas de los pedidos. Te dices que te irías a despedir de mamá si ésta no se hubiese ido a trabajar. Y que también te despedirías de papá si no siguieses esperando desde hace veinte años que regrese de quién sabe donde. Una hora después subes las escaleras para salir de la estación Lagunilla. “Regálame un pesito ¿No valedor?” “Vas”. Dejas atrás aquella figura de más de dos anexos. Llegas al puesto de hip-hop. Sacas la lista y a buscar: Nach Scrach, Intifada, Selecta Kolectivoa, Racionais, Aukan…listo. “Me haces la cuenta por favor”. Agarras propaganda que indica los próximos eventos. “Nos vemos el sábado. ¡Gracias!” Avanzas unos cuantos metros. Llegas al puesto de reggae. Freddi Maggregori, Namaste, Max Romeo, Dr. Alimantado…”Son ochenta y dos pesos”. Platicas un poco con aquel joven de largas rastas sobre la filosofía rastafarai del etiope Izasi Halazi. Luego te enseña un porta compactos de 128 piezas. Llegan a un acuerdo y lo compras. Ahí vas con tu gran mochila, cual si fueses un turista en pleno Zócalo capitalino. Son las 12:30 y los gruñidos de tu estómago te recuerdan algo. Revisas tus bolsillos. Justo para lo que imaginabas. Pides dos tacos de bistec y un litro de jugo de naranja. Por fin, es todo por hoy.
Contrario a tu costumbre de precaución, te vas sobre la acera derecha para evitar a tanta gente. Divisas a tres sujetos fuera de una vecindad. Uno de ellos aspira una línea de cocaína mientras los otros se preparan lo suyo. No haces mucho caso, pues son escenas cotidianas desde tu niñez. De pronto, alguien te amaga por detrás, a la vez que te dice que avances. Estás dentro de un puesto de tortas abandonado. Volteas tus bolsillos y vacías tu mochila. Nueve pesos y ciento ocho compactos no son suficientes. Sin embargo, la desesperación por la próxima grapa sí lo es. Dos de ellos recogen el botín. Una risa de satisfacción se dibuja en su rostro, pues saben que la alquimia de sus relaciones les dará por resultado el ansiado polvo. Furiosos reclamos tras de ti se mezclan con el sonido de lo que adivinas es una escuadra. Aquello te inmoviliza. ¡Eureka! ¡Ahí está! Son las 13:24. Ahora puedes mirar la rata muerta bajo tu suela y ver fluir la sangre a través de tus arterias.
Daniel Cisneros.
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