"Tú no eres tú, eres mi fantasía."
Mario Vargas Llosa
(epígrafe del "Elogío de la Madrastra")
La última semana fuimos a celebrar nuestro cuarto aniversario de novios. Un bonito hotel con jacuzzi en la planta baja y, en el primer piso, su imprescindible cama bien tendidita, sus dos sillones, una mesa pequeña, un tocador y una televisión. Brindamos con licor de café, preparamos sandwich de jamón, jugamos a las cartas, hicimos un balance de nuestros cuatro cuatros de julios, divagamos sobre el futuro y celebramos varias tandas de orgasmos en cada rincón, haciendo uso exhaustivo de un valioso invento científico: Ciclofemyna.
Durante esos días también acudimos al Museo Universitario del Chopo para conocer la exposición de Gérard Moschini. Y el penúltimo, me acompañó a desintoxicarme a los baños de vapor en donde de nuevo “celebramos varias tandas de orgasmos en cada rincón” y a temperaturas elevadas.
El día decisivo, una vez más, quedó en llamarme por teléfono para concertar la hora en que nos veríamos, pues me acompañaría a devolver unos libros, para después ir a ver una película. No lo hizo. Fui a su casa y la esperé dos horas. Por fin llegó. “Hola” me dijo sin ánimo y sorprendida por mi presencia. “Hola” contesté. “Acompañé a mi cuñada al centro” “Muy bien, pero esperé tu llamada” “Lo siento, no pude”. Nos sentamos. Aguarde unos minutos y no decía nada. ¡Otros minutos y tampoco nada! Al parecer se había molestado por algo. Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac... Seguía callada, molesta e indignada. Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac...“Las 5:00 PM, van a cerrar”, pensé. “¿Nos vamos?”, me animé a decirle. “¡No te voy a acompañar!”, sentenció. “Que mal”, pensé de nuevo. Intenté hablar con ella durante los descuidos de su madre y de su hermana. Nada.
Después de rogarle por espacio de una hora, decidí marcharme, pues me había cansado de escuchar como grabación descompuesta su: “¡Que no te voy a acompañar!“.
Subir a un microbús, bajar, ascender al metro, bajar de nuevo. Me hallaba rumbo a una biblioteca por el Zócalo, frente a la Plaza de Santo Domingo. “CERRADO“. Decidí ir en busca de un libro. Caminar y caminar. Gente y más gente. Una librería, otra, otra... ¡Por fin! “$ 235. 00, menos el 30% de descuento: $ 164.50 por favor”. Revisé mis bolsillos y exactamente en los $96.50 se terminó el conteo. Salí sólo con dos libros que eran los que no alcancé a devolver.
Me dirigí hacia la Alameda Central y me senté en una banca para terminar de leer un cuento. Concluí. Estuve observando un rato a los transeúntes, la pericia de quienes dicen hacer magia y la pedantería de la gente al salir del famoso palacio porfirista. Recordé un lejano levántate y anda; así que me levanté y anduve. Ingresé en la bella boca parisina del metro Bellas Artes. Decidí viajar hasta la estación Santa Martha. Subir, bajar, caminar, subir, bajar... “¡DIOS MIO!”, musité con los ojos saliéndoseme. Ahí estaba, en el anden, frente a mí, como esperándome. ¡Sí, lo juro! Se besaba apasionada y lascivamente con un pendejo, sin importarles la gente. Una mano bajo la blusa, lenguas visibles, unos roces de sexos. Pasé junto a ellos para contemplarlos más de cerca. Me detuve un momento pero se encontraban muy absortos como para prestarme atención. Me fui.
Lo decidí: no la iba a buscar ni a llamar más. Si ella lo hacía, entonces me negaría para que me rogara y aprendiera. Lo fatal es que no lo hizo. Reflexioné en quién buscaba a quien, en quién ponía pretextos para que no nos viéramos, en quién tenía que terminar siempre como culpable y pidiendo perdón, en la causa de que aparecieran unos insoportables granos rojos en mi glande, en el comportamiento de ambos. Entonces lo comprendí todo: yo era un estorbo, ella había dejado de quererme y seguía conmigo sólo porque yo la buscaba.
Me persuadí en tomar las cosas con filosofía. Fue entonces cuando dejé de creer en dicho saber. No pude. Todo me recordaba a ella: los caracoles que me regaló en tiempos lejanos, el portalápices de madera que grabó su primo cuando fuimos a Oaxaca, la cama, el suelo, el tocador, las paredes; la silla en que estoy sentado ahora escribiendo. Y también, por cierto, el teléfono que esperaba diera señales de ella.
Resolví entregarme a los placeres de forma desenfrenada, pues pretendía sincronizar a distancia mis orgasmos con los de ella. Pero deseché mi antiguo juego de masturbación. ¿Qué hacer? Revisé mi agenda: Saraí, Wendi, Diana, Samanta...”¡Bueno! Disculpe, me puede comunicar con Iván por favor” “Se fue a trabajar” No, no es que me hubiera vuelto invertido ni nada por el estilo, sino que me resistía a engañarla tan pronto. O al menos, de una forma convencional.
Hace veinte días mientras caminaba por el tianguis de Cárcel, me detuve a preguntar por unos discman. No me animé. Entonces fue cuando advertí un extraño aparato en forma de casco de motocicleta del cual pendían varios cables que terminaban en unos tapones fosforescentes de plástico. “Anímese joven este aparato sirve par...” Me explicó su función. Ya había oído hablar de él durante un programa televisivo titulado: La Ciencia y la Tecnología: Inventos del Futuro. Pero yo era un escéptico empedernido, aunado a que sólo se encontraba en países del llamado primer mundo y a un costo elevadísimo. Sin embargo, me quedé pensando por algunos segundos y me dije: “¿Por qué no? Además sólo cuesta $200.00 y no necesita baterías” “Hasta luego, no se olvide de aplicar la gel como le dije. Verá que no se va a arrepentir, y muy seguramente pasará ratos inolvidables”. ¿Será?
Por fortuna hacía dos semanas que habíamos contratado el servicio de Internet. Así que lo primero que hice al llegar a casa fue comprobar la eficacia de mi dudosa adquisición. Realicé la conexión en la computadora como se me había indicado. Me desnudé para untarme la gel en los lugares idóneos y adherir los tapones. Me coloqué el casco. Teclee el servidor correcto, luego la dirección de la página. ¡Me hallaba dentro! Se desplegaron toda una serie de opciones: sexo salvaje, sexo con amor, sexo extremo, sexo con animales, sexo de fantasía, sexo múltiple, sexo... Elegí sexo salvaje, esta opción se especializaba en masoquismo y sadomasoquismo. Aparecieron varios recuadros que mostraban hombres de cuerpos musculosos y mujeres con turgencias en donde se debe, insertos en un variado ambiente escenográfico. Me decidí por una chica voluptuosa con unos senos como balones de básquetbol y con nalgas prominentes que juré que al menor pellizco lanzarían un chorro de silicón y de sangre. Comencé a sentir diversas caricias en mi cuerpo, percibí un fuerte aroma a Sándalo y escuché como salían de las bocinas pequeños gemidos. La pantalla se volvió negra. “De qué me sirve sentir, oler y oír, si no veo nada”, pensé. Resultaba extraño.
Entonces fue cuando caí en la cuenta de los visores del casco, los bajé y grande fue mi sorpresa al aparecer la mujer de la pantalla lamiendo mi verga mientras se frotaba, con la mano izquierda, sobre la tanga de cuero negro. Me retorcí del goce. Primero me dejé hacer, luego le arranqué su diminuta tanga, en la que se marcaban sus ansiosos labios, y su brasier negro, en el que sobresalían sus enormes pezones erectos. Me lanzó sobre una cama cubierta por terciopelo morado. Lamí con urgencia sus gigantescas tetas. Se deslizó para masturbarme con la boca a la par que se introducía dos de sus delgados y largos dedos por la vagina. Sentí una mordida, bajé la mirada y mi amigo el miembro sangraba. Pero se sentía bien. Ahora yo le mordí los pezones hasta hacer brotar el color rojo. Continuó. Sacó un bastón metálico y me pegó. Luego con el mismo bastón me suministró una descarga de toques en mi espalda y en mis huevos. Se lo arrebaté. En un rápido movimiento me cabalgó para después agitarse frenéticamente, a la par que rasguñaba mi espalda. Le di dos fuertes descargas en su teta derecha. Soltó un alarido complacida. “¡Pégame más por favor que estoy hirviendo!” me pidió. Me apliqué con ahínco. “¡Más fuerte!” Obedecí. “¡Aaayyyy! ¡Ooohhhh!” Exclamaba con algarabía mientras se lamía su excitadísima boca. “Tzuu, tzuu, tzuu” emitían nuestros violentos cuerpos en cada penetración. “Tzuu, tzuu, tzuu” Parecíamos perros en celo. ´”Más, más -me gritaba-, méteme tu verga hasta que me desgarres” Su húmeda y caliente vagina desprendía penetrantes aromas. “Frótate en mis trompas” Yo continuaba frenético. “¡Adentro! ¡Adentro!” Imploraba mientras se movía en veloces y sincronizados círculos. “¡Así! ¡Así! ¡Qué rico! ¡Suelta tus ríos de leche en mí!” Por fin “me vine”.
Con esa experiencia disipé mi escepticismo respecto al aparato y también comprobé que sí había varias dosis de silicón en aquella mujer.
Al siguiente día decidí experimentar sexo con amor. Conocí a varias mujeres y las probé, pero sólo hasta encontrarme con Dora. Ella besa con ternura y platica conmigo. Tiene tiempo. Es muy atenta. No se enoja. Acepta sus errores y sabe pedir perdón. Hoy por la mañana me prometió fidelidad y yo le creo. La visito al llegar de la escuela, antes de dormirme y al despertar. Parece que me estoy enamorando.
Ahora ya han pasado tres meses desde que dejé de ver a mi antigua novia, y debido a Dora, ya casi no pienso en ella.
2 comentarios:
Bravo!!
bueno...muy buen relato
pasearme por aquí es refrescar la cabeza con cosas urbano.eróticas.
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