Lo veía ahí, sentado siempre por las tardes, en la banca frente al kiosko. Con su chamarra café cuadriculada, sus zapatos de gamuza del color de un espumoso capuccino y con esos pantalones parchados y descoloridos que temblaban con la más leve brisa. Y llegaba y se sentaba, y fumaba su puro, saboreába el humo y jugaba con el, como un niño en un cajón de arena, como un león paladeándo un negro africano. Y echaba el humo, lo veía expandirse y diluirse en la téxtura cósmica del espacio. Sonreía y lo miraba, como diciendo "ok ok, me vas a matar, pero primero te pillo yo por el culo" y volvía a fumar con tanta serenidad, que los profetas elegidos de Dios, y Bill Gates y Rockefeller, hubieran sentido asco de si mismos al verlo. Luego terminaba su puro y lo aventaba lejos, muy lejos, cruzaba las piernas, se echaba hacia atrás y empezaba el mágico ritual de rascarse las bolas. Y las personas se reproducían, y creaban arte y elaborados discursos sobre pobreza y sobre derechos humanos, y miraban los partidos de fúbol, y trabajaban doce horas para poder comprarse aquél celular que desde la vitrina del supermercado prometía la fama en la colonia, y se buscaban y se repelián, y leían mientras cagaban y disernían sobre el secreto de las cosas... y el seguía ahí. Cuando supe, despúes de varios meses de sesudo espionaje, que usaba ropa interior de mujer (por supuesto, de seda) entendí que era el hombre más sabio de Chalco. Una vez me acerqué, justo cuando empezaba el ritual del puro, le ofrecí fuego y lo acepto, fué cuando me encontré con que su mirada no expresaba nada, pero sus ojos no necesitaban expresar nada. Eran la respuesta y la galimatía, eran el susurro y el grito. Le hice preguntas y preguntas y sólo, de vez en cuando, contestaba "estoy muy lejos de saber eso". Rendido y cansado, me despedí, y al alejarme me gritó: "lo único cierto es que hasta la luna tiene su lado obscuro". No supe que decir. Y me alejé, me metí de nuevo en el laberinto, de dónde (en ese instante lo supe) no saldría jamás. Y fuí de nuevo un insecto en un tulipán. Y él ahí, rascándose las bolas.
E.
1 comentario:
Solo me resta decir, con toda sinceridad...
SUBLIME
Porcierto, no entiendo como es q supiste que usaba ropa interiór de mujer...
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