Vaya forma de conducir de la Sra. Mago. Su Renault verde rugía a travéz de la autopista y por la ventanilla asomaba frecuentemente un dedo haciendo formas inapropiadas. Rebasaba los 120 kilómetros por hora y reía frenética cada vez que un trailero humillado le mentaba la madre con el poténte rugido de su cláxon. Su retrovisor rodó de pronto por el pavimento haciéndose pedazos al caer, reflejando los rayos del sol hacia todas direcciones, cual maraña de pelos púbicos: ni otro más de sus monólogos frente al espejo, nunca otro día de autoreproche. Sus neúmaticos rasgaban el piso cada vez que cambiaba de carril y se elevaban triunfantes las tripas de un perro al pasar bajo ellos. Era una carrera de locura. Eran un día de locura. Todo no tenía sentido. Ni siquiera la mujer barbuda vendiendo limonada junto a la autopista, ni los enanos haciendo el amor en el taxi aparcado en la gasolineria, ni mucho menos la llovizna de tréboles y alfalfa que de pronto acarició, veloz, la húmeda autopista. Era la absurda lógica de la Providencia, o de la Fortuna, qué se yo, ¿debe un humilde narrador incrustarse en tales idilios?
La Sra. Mago se acercaba a Puente Rojo cuando vió a un tipo haciendo autoestop. Conforme la distancia le permitía discernir sobre ello, notó que llevaba una mochila en el hombro derecho y un abrigo verde de peluche. Tenía el aspecto de aquellos hombres a quienes se les puede conocer por los hoyos de sus tenis, o por el brillo en la mirada. Por su cara parecía que acababa de enamorarse de una escamada sirena, o que se había metido una pesada dosis de ácido: estaba realmente contento. Aunque por su cuerpo parecía todo lo contrario. Es más, si alguien le hubiera aventado una moneda, lo más seguro es que lo hubiera hecho con la intención de abrirle la frente, aunque, ante toda expectativa, seguiria siendo un noble acto de caridad. Sin embargo, el insecto verde con el mofle de negruscos suspiros torció del tercer carril a la zona de acotamiento para después rodar en reversa 600 metros hasta quedar en frente de él. La puerta se abrió y el hombre del verde abrigo subió.
Fué un viaje callado, tan solo el eco del motor y el aire chocando con el parabrisas. Ninguna palabra deshojando el silencio, nada. Sólo unas bragas desteñidas bajo un short de mezclilla, sólo un abrigo verde sobre una camisa amarilla. Y los Avett Brothers con su "the new love song" en la radio. La Sra. Mago ofreció un cigarrillo:
-Mago -dijo, mientras destapaba la cajetilla, y, levantándo las cejas, dirigió una interrogativa mirada al forastero.
-Ernesto. -contestó él mientras tomaba el tabaco.
Pronto el verde vehículo se llenó de humo. Es raro el extraño encanto de un cigarrillo. Cuando la noche es larga y la pena amarga, fumar es poético, disipándose el humo gris en el negro estrellado del cielo. Es cuando se oye el cuchicheo de las calles, los Susurros de Chalco:
Al llegar aquí los mejores versos
que un narrador enardecido y sin talento,
taciturno y si muchos sesos
escrito podía haber hecho hasta el momento,
pero ¡oh! imaginadas ilusiones
¿digno soy de semejantes pretensiones?
Pero cuándo uno lleva una gabardina negra y una botella de ron en el bolsillo derecho, con lustrados zapatos de charol y bigote fino y largo, un cigarro significa la diferencia entre un elegante dandy, o sanguinario gángster, y un simple y escuálido padrote fuera de moda. Esa mañana de julio, dentro de aquélla verde lata móvil, quizá ese cigarro tan sólo fué la señal de que era un día tan perfecto como para arruinarlo con palabras.
El ticket de la caseta de Chalco indicaba las diez cuarenta y siete. Ernesto lo guardó pensando que quizá le serviría para liar un porro. La Sra. Mago se mordió los labios y discretamente observó al pasajero. Peró el estaba pensando en un buen trago de brandy, al contrario de ella, quién sólo tenía en mente un buen plato de mole.
Ahora estaban ya en el corazón de la ciudad de azulada arena y azucarada brisa, escondída entre los ladrillos de la civilización, con castillos de cartón y palacios de lámina. Un lugar mágico de gurús taqueros y familias amorosas, buscando el lado b de sus vidas. Por que ahí, donde da vuelta el viento, está lo inesperado.
Y se alejaron, dajando atrás lo desolado, huyendo de un espejo y un pasado. Es Él, de peluche verde ataviado. Es Ella, es su rostro sonrojado. Nada más que naufragos sedientos, correteándo una pelusa en el desierto.
E.
2 comentarios:
aaaaaaaah......
Dos historias q se unen sin que los actores lo noten...
daaaaaaaaah......me gusta esto de la sra. mago
asi no tengo ke leer sobre la vida de el hijo de luismiguel
thanks!
PINKPEPPER
mmuy bueno, y tu versito al final, chico, es que eres una caja de sorpresas? o inesperado como Chalco?
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